
Awara. Capítulo 51: "Paseo por Magdalena II". 634i1z
Descripción de Awara. Capítulo 51: "Paseo por Magdalena II". 4d2l42
Aldo narra historias sobre el significado de las marcas encontradas. Al final de la jornada pregunta por "la quinta puerta". Texto Literario: Francisco V. Rodríguez. Novela "Awara", 2024. Música: compuesta e interpretada por Francisco V. Rodríguez. Todos los derechos reservados y protegidos legalmente. Prohibida su difusión sin permiso. [email protected] 2c4m6e
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Barlovento era especial, continué. Disponía de un fondeadero seguro para naves de comercio y aprovisionamiento. Un capitán llamado Diego Rodríguez de Talavera, casado con Ana de Herrera, sofocó la revuelta con 30 voluntarios castellanos en busca de recompensas y otros tantos guanches renegados. Trasladó las tropas por mar y organizó una cacería sistemática contra los nativos rebeldes. Decenas de aguaras fueron asesinados junto a sus familias, incluidos niños y mujeres. Algunos fueron quemados en hogueras. En tres semanas ya no quedaban nativos molestos reclamando tierras para sembrar, pastar o compartir.
Mucha de la riqueza se comerciaba por mar a través de alguien conocido como Sepúlveda. Aún se conserva el nombre del punto de la costa donde operaba. Rodríguez de Talavera recibió tierras en Tazacorte en 1502, que luego pasaron a manos de Juan Fernández de Lugo y Señorino. Tremendo, ¿verdad?, mencionó Tenisca, visiblemente afectada. Quizá, y sólo quizá, estos semicírculos separados e invertidos representen la ruptura con la armonía y con la historia del pueblo de Abora, el fin de los ciclos cósmicos y del tiempo tal como era concebido entonces.
Quien usó su fuerza para inscribirlos podría haber sido uno de los alzados y luego renegados que lograron sobrevivir en las mismas cuevas que mencionaste antes. Esas historias son largas. Tal vez alguien fue salvado por ser pariente de los antiguos señores de Tagalguen o Taburiente, un hombre que leía los cielos y anticipaba la voluntad de Abora. Dos jóvenes de trece y quince años lo incitaron a lanzarse barranco abajo para salvar su vida, mientras ellos ofrecían una resistencia desesperada con piedras. Ya lejos, el brujo escuchó los gritos que marcaron el instante exacto del sacrificio a Abora.
¿Y las otras piedras con inscripciones?, preguntó Tenisca. No estaba del todo seguro de que entendiera que era descendiente directa de los Aguaras, para quienes el silencio frente al invasor era el refugio más seguro.
Es probable que estuvieran antes, respondí reflexionando en voz alta. Tal vez los semicírculos asimétricos fueron tallados en un momento de derrota.
En ese instante me dejé llevar por un impulso que llevaba tiempo contenido. Me desplacé unos metros hacia la izquierda hasta situarme frente a una piedra apenas visible, y comencé a retirar con esfuerzo porciones de musgo y piedras menores. Lo que buscaba estaba oculto bajo una capa de barro muy húmedo, de al menos 30 centímetros.
Al removerlo, aparecieron, talladas sobre la base, dos figuras antropomorfas simples, compuestas por apenas cuatro o cinco trazos muy profundos. Parecían alzar los brazos hacia el cielo, abrazando un haz de luz que descendía sobre ellas. Las piedras parecían respirar por primera vez en mucho tiempo. Percibí que Tenisca no deseaba enfrentarse del todo a lo que era evidente.
—Quizá representen a los adolescentes que protegieron al mago —sugirió, observando detenidamente las figuras. —Veo otras dos figuras mayores encima de ellas, aquí —señaló con suavidad, pero no me atreví a decir quiénes eran.
—¿Sabes, Aldo? Cerca de la cueva de agua de Atajo se han encontrado símbolos muy parecidos, aunque en mayor número. Nadie sabe con certeza qué significan. Mi habla comenzó a trabarse más de lo que esperaba, pero afortunadamente ella no pareció darle importancia. Pronto tendría que dejar de hablar. —¿Ha ocurrido algo especial en tu vida? —pregunté con cautela, intentando que mi temblorosa voz no traicionara la delicadeza del momento.
—Algo difícil de explicar, como un sueño que deja una huella.
—¿Me hablas en serio? Tenisca pareció sorprendida. Su cuerpo se inclinó hacia adelante, tenso.
—Sí —respondí, manteniendo la mirada fija en ella. —Eres la primera persona a la que muestro este asentamiento, Aguara —dije— y para quien he inventado historias. Ella necesitó tres o cuatro segundos para tomar la decisión más importante de su vida. Corresponder con sinceridad o mantenerse a distancia. —¿Quieres saber lo de la quinta puerta? —preguntó Tenisca. Había tomado la decisión más difícil. Se reclinó hacia atrás buscando un equilibrio más cómodo. No respondí. No hacía falta.
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