El autobús 133my

Hora de abrir bien los ojos, de estar preparados, de no distraerse ni un instante.

Hora de oscuridad y de presagios.

Ha sonado la hora del escalofrío.

Dictadas nuestras palabras por el escalofrío que todo lo puede y todo lo hace terrible.

Se pierde el autobús, se encuentra otro autobús.

¿Y a dónde te conducirá? Este es el esquema de la historia que hoy escribe Bailos para nuestro rincón de la medianoche.

Oye, René, esto es una infamia.

Tú sabes que todos los jueves voy a Calé en vuestros incómodos autobuses.

¿Qué es eso de que no hay billetes? Pues eso, señor Desprón, que no hay billetes.

¡O sea que yo no puedo ir a Calé a visitar a los clientes de mi compañía! ¡O sea que yo, un cliente de esas chatarras que llamáis autobuses, tengo que quedarme en tierra! ¡Es absurdo, René! Ya sé que hasta mañana no hay trenes.

Coja un avión.

Escucha, René, yo soy un hombre honrado, un trabajador como tú.

No hay billetes, señor Desprón. Yo no tengo la culpa.

¡Sí que la tienes! Mira, René, de sobra sabes que los clientes son una cosa muy seria.

Ni tú ni yo podríamos ganarnos nuestro salario si no hubiera clientes.

Los clientes son los que pagan.

Yo soy cliente de esta cochambrosa línea de autobuses.

Y en el juego del toma y daca tengo clientes que me esperan en Calé.

¿Conoces a mi mujer y a mis dos hijos? ¿Quieres que se queden sin comer, René? No hay billetes.

¡No hay billetes! ¡No hay billetes! Todas las plazas están ocupadas.

Es fiesta en Calé y las gentes acuden a las ciudades de cualquier sitio.

Los billetes para el autobús se agotaron desde hace tres días.

¡Pero yo tengo que ir a Calé! René, no hay posibilidad de que vaya en el autobús aunque no ocupe asiento.

¡De pie! ¡Eso es! ¡De pie! Algunas veces he viajado de pie en el pasillo del autobús.

No, señor Desprón, no.

La última vez que por debilidad de Héctor, el conductor, itimos a unos viajeros para que fueran de pie, llegó la policía de carreteras y puso una multa a la empresa aquella ya.

Entonces, René...

No hay billetes.

Le sugiero, señor Desprón, que si tanta urgencia tiene en ir hoy a Calé, vaya a la carretera.

Hay muchos turistas que a la ciudad se dirigen por el aquel de las fiestas.

Haga autostop.

A lo mejor para su automóvil, una mujer hermosa, y dé usted por bien empleado el que no haya podido obtener billete en el autobús.

Y perdone, señor Desprón.

Está a punto de salir el autocar y, como sabe, yo soy el revisor.

Que tenga suerte.

Que tenga suerte.

¡Qué fácil es decirlo! ¡Pero yo tengo que estar hoy en Calé! Decía usted, caballero.

¿Quién es usted? Es decir, ya veo que es una mujer muy hermosa.

Perdone si he escuchado sus palabras.

Entiendo que quiere ir a Calé y que no tiene plaza en el autobús.

Entiende usted muy bien, señorita.

Ana.

Un hombre como otro cualquiera.

¿No le parece? Sí, sí.

Me parece.

Tengo un autobús.

¿Sí? ¿Y qué hace usted con un autobús, mi querida señorita Ana? No es solo mío.

Van en él una serie de conocidos y aún amigos.

Nos dirigimos a Calé y tenemos una plaza libre.

¿Puedo yo ocuparla? Les pagaré el doble de lo que cuesta el coche de línea.

¡O triple! Necesito estar en Calé esta tarde.

Sabe, hermosa señorita Ana, tengo mujer y dos hijos.

Ya lo sé.

Pues si lo sabe, tal vez tenga también conocimiento de que las comisiones que voy a conseguir en Calé encontrarán el dinero suficiente para que mi familia viva bien, por lo menos durante tres meses.

Y Clodet, mi mujer, podrá comprar al fin los visillos y las alfombras para nuestra casa con las que tanto ha soñado.

Y a mis hijos los equiparemos de abajo arriba.

Por muchos zapatos, pantalones y chalecos que les compramos, como rompen tanto nunca están presentables.

No me interesan sus problemas familiares, señor Desprón.

También sabe mi nombre.

¿Eso qué importa? ¿Quiere o no?