94. Emily Dickinson: mujer y poeta 1l1c51

¡Gracias Radio! ¡Gracias Radio de Bramón! ¡Muchas gracias! Hola a todos los escuchantes de Enredondas.

En marzo hemos estado andando muy atareados celebrando a las mujeres y leyendo poesía como si no hubiera un mañana.

Y así es como hemos conocido a Emily Dickinson, una de las voces más potentes y genuinas de la poesía universal.

Emily Dickinson vive en Estados Unidos del siglo XIX.

Si por algo se la conoce, además de por sus méritos literarios, es por haber vivido como una ermitaña la mayor parte de su vida, recluida primero en su casa y luego en su habitación, en un mundo físicamente pequeño pero mentalmente inabarcable.

Muchos dirían que fue por elección propia, pero lo más probable es que Emily Dickinson sufriera de epilepsia y no quisiera someterse a los terribles tratamientos psiquiátricos destinados a las enfermas.

Y sí, su rayo es femenino, enfermas de epilepsia.

Por increíble que nos parezca, un siglo y pico después, la epilepsia por entonces era considerada en el puritano Estados Unidos un castigo bíblico.

Y así fue como, como voraz lectora primero y como fecunda poeta después, fue dando forma a 900 poemas de los que sólo 6 se publicaron en vida.

Cuando murieron sus poemas, se editaron para que se casaran con el gusto de lo que se suponía que tenía que ser la poesía femenina de la época, romanticona y sentimentaloide.

Los lectores tuvieron que esperar hasta mediados del siglo XX para leer los poemas tal y como Dickinson los escribió.

Aunque los temas de sus poemas son muy profundos, por ejemplo, la felicidad, el dolor, la soledad o el amor, la forma que tiene de presentarlos hace que todo el mundo pueda acercarse a ellos.

Siente como la brisa te acaricia mientras escuchas, el viento llama con golpecitos.

El viento llama con golpecitos, como un hombre cansado.

Y, como una ancillona, yo contesté resuelta, Entra.

Entró entonces en mi habitación un veloz convidado, sin pies, a quien ofrecer una silla era tan imposible como ofrecer un sofá al aire.

No tenía huesos que los sostuvieran.

Su hablar era como la arremetida de numerosos colibríes a la vez, desde su fabuloso arbolillo.

Su apariencia, la de una ola.

Sus dedos, al pasar, producían una música como melodías que salían trémulas de un cristal.

Hizo la visita, también revoloteando.

Y yo de nuevo unos golpecitos, de forma apresurosa.

Y yo me quedé sola.

Y eso es todo.

Recordad que la poesía de Emily Dickinson no tiene derechos de autor.

Ah, y tenéis varios biopics disponibles en plataformas.

¡Hasta el siguiente programa! Rai, ¿qué radio? La radio del Ramón.

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