3.4 El Viaje de Lumo / vivir sin juicios, soltar la balanza, aceptación, no juicio / Fábulas de Crecimiento Personal 11g6w

Este es el Podcast Fábulas de Crecimiento Personal y estamos en el episodio número 34.
Hoy exploramos un tema que nos acompaña más de lo que creemos. ¿Cuántas veces clasificamos lo
que ocurre a nuestro alrededor como bueno o malo? ¿Justo o injusto? ¿Correcto o incorrecto?
¿Y cuántas veces nos hemos equivocado en esa evaluación?
Para ilustrarlo, hoy te traigo una fábula sobre un zorro llamado Lumo.
Que se embarca en un viaje convencido de que entiende el mundo mejor que nadie.
Solo para descubrir que quizás su mirada estaba llena de filtros que lo alejaban de la verdad.
Como siempre, este contenido es completamente original,
pensado para inspirarte, acompañarte o, simplemente, hacerte reflexionar.
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Estás en el podcast Fábulas de Crecimiento Personal.
Y empezamos ya con la historia de hoy titulada, El viaje de Lumo.
Lumo era un zorro joven y de pelaje brillante, tan astuto como impaciente.
Se movía por el bosque con la seguridad de quien cree entender todo lo que le rodea.
Observaba a los demás animales y sacudía la cabeza con fastidio.
Este bosque está lleno de criaturas que no piensan, se decía.
Hacen cosas sin sentido, desperdician su tiempo y siguen reglas absurdas.
Si tan solo tuvieran mi inteligencia, todo sería más eficiente y el bosque sería un lugar mejor para todos.
Le irritaba ver cómo muchos animales se comportaban de formas que él consideraba absurdas.
Algunos trabajaban sin descanso en tareas inútiles,
otros se comportaban de manera egoísta o hacían cosas que simplemente no tenían sentido.
Pero nada más lejos de la intención de Lumo el preguntárselo o interesarse en por qué hacían las cosas de aquella manera.
Más bien prefería juzgar como lo habría hecho él, pues se consideraba todo un portento.
Una tarde, mientras descansaba bajo la sombra de un árbol,
un viejo tejón se acercó con su caminar pausado.
«Pareces molesto, joven zorro», dijo el tejón.
«¿Qué te inquieta? Estoy cansado de ver tonterías por todas partes», bufó Lumo.
«No entiendo por qué los animales de este bosque hacen cosas que no tienen lógica.
Algunos se esfuerzan sin necesidad, otros actúan de forma injusta o hacen cosas sin sentido.
Están todos un poco tontos».
El tejón la deó la cabeza con una sonrisa.
«¿Y qué tal si no lo entiendes porque no lo has visto con claridad?»
Lumo frunció el ceño.
«¿Insinúas que no soy lo suficientemente inteligente?
«Digo que la sabiduría no es sólo ver, sino comprender», replicó el tejón.
«Quizá deberías visitar la fuente de la sabiduría.
Dicen que sus aguas conceden entendimiento a quienes beben de ellas».
Lumo soltó una carcajada burlona.
«No necesito beber nada para saber cómo funciona el mundo».
«Quizá no», dijo el tejón, con una mirada serena.
«O quizá, cuando llegues, descubras que aún te falta mucho por aprender».
El zorro sintió que algo dentro de él se encendía.
Su orgullo no le permitía ignorar aquella insinuación.
Si la fuente realmente existía, sólo confirmaría lo que ya sabía,
que él era el más sabio del bosque.
Sin decir más, se puso en marcha.
El viaje era largo, pero Lumo avanzaba con confianza.
No tardó en encontrarse con su primera prueba.
Mientras caminaba por un sendero cubierto de hojas, se detuvo bruscamente.
Frente a él, un enorme roble caído bloqueaba el camino.
Resopló con fastidio y, al rodearlo,
vio a un castor mordisqueando una de sus ramas con aire satisfecho.
«¡Tú!», le gruñó Lumo.