
1888. Hechos I (Simples cristianos) 6z4t51
Descripción de 1888. Hechos I (Simples cristianos) 4o5s11
Meditación en el IV Domingo (C) de Pascua. Esta es la primera de tres meditaciones sobre los Hechos de los Apóstoles predicadas en un retiro mensual de mayo en un Centro del Opus Dei. En esta meditación nos fijamos en cómo los primeros cristianos convirtieron poco a poco el imperio romano con la sencillez de su amistad y confidencia. Y lo hicieron porque su testimonio se fundaba en esta verdad: Cristo Resucitado y vivo para siempre. ¿Quieres anunciarte en este podcast? Hazlo con advoices.com/podcast/ivoox/874295 35415f
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Por la señal de la santa cruz de nuestros enemigos libran los señores nuestro en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes.
Te adoro con profunda reverencia.
Te pido perdón de mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración y este retiro.
Madre mía inmaculada, San José mi Padre y Señor, ángel de mi guarda, intercede por mí.
Y entre las muchas cosas que cualquier cristiano tiene que agradecer a San Lucas, pues está ese relato maravilloso de la vida de los primeros cristianos que estamos leyendo en Pascua.
Los hechos de los apóstoles, que va a ser precisamente el tema de nuestro retiro mensual.
Los hechos de los apóstoles son pues toda una epopeya, sobre todo del Espíritu Santo, Señor, sobre todo de Tu Espíritu, ¿verdad? Pero también de nuestros primeros hermanos en la fe, porque con su fidelidad al Maestro, a Jesús, con su fidelidad a las mociones del Espíritu Santo, y también con su iniciativa y con su empuje y con su pensar, etc., pues supieron encarnar el Evangelio en culturas distintas, en condiciones distintas, encarnar el Evangelio en su vida, cada uno de ellos, hacer la Iglesia en la tierra y extenderla por todas las partes del mundo, por todas partes del mundo.
Y verdaderamente, Señor, pienso que se cumplen en ellos, en los primeros cristianos, estas palabras Tuyas, que recoge precisamente el Evangelio de la Misa de hoy, y que Te pedimos que se cumplan en cada uno de nosotros también.
Mis ovejas escuchan mi voz al Espíritu Santo, ¿no? Es la voz de Cristo en nuestras almas.
Y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna.
No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano.
Nuestros primeros hermanos en la fe fueron perseguidos con muchísima frecuencia, fueron combatidos, sí, de acuerdo, pero nadie las arrebatará de mi mano. Ganaron la vida eterna y vencieron al mundo.
No perecieron para siempre, como dice el Señor.
De hecho, aquí estamos nosotros, cristianos del siglo XXI, en las manos de Dios y con esa herencia maravillosa de los primeros cristianos.
San Josemaría, nuestro padre, tenía una enorme devoción a los primeros cristianos.
De hecho, entendió que el Opus Dei venía a ser como una llamada a mirar de nuevo a esos primeros cristianos, a vivir la fe como ellos, a volver a hacer presente esos tiempos apostólicos, ¿no? Por ejemplo, en conversaciones respondía así a una pregunta.
Si se quiere buscar alguna comparación, la manera más fácil de entender el Opus Dei es pensar en la vida de los primeros cristianos.
Ellos vivían a fondo su vocación cristiana.
Buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho sencillo y sublime del bautismo, exactamente igual que nosotros.
Y añadía, no se distinguían exteriormente de los demás cristianos.
Y a nosotros, Señor, pues nos encanta ser, no como los demás, sino ser los demás.
¿No distinguirnos? Pues, por supuesto, en la conducta se tiene que notar que somos cristianos, ¿verdad? Pero dentro de los cristianos, pues somos uno más.
A nuestro padre le encantaba considerar que esos primeros cristianos, anónimos en cierto sentido, fueron los que extendieron capilarmente la semilla del Evangelio, la Buena Nueva, por todo el Imperio Romano, por medio de su ejemplo, y de un sencillo, natural, espontáneo apostolado de amistad y coincidencia.
De hecho, esto queda reflejado en los escritos de algunos padres de aquella época.
Por ejemplo, en la apología de Justino, o en los escritos de Taziano, o en la pistola de Iogeneto.
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