
El Rocío, lo que nadie se atreve a contar - El Club de los Curiosos Prg275 22n3j
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Siempre fui un chaval muy inquieto, siempre quise tener la razón.
Y uno de esos días que te cabreas, yo me fui al bosque sin dirección.
Al final del bosque encontré una vieja cabaña añil.
Y parecía que había en su interior unos orcos montando un festín que me mataría a meter la nariz, pues la puerta se abrió del tirón y me dijo con aires de nobleza el gran líder de esta nación.
Bienvenido a un club de los curiosos, un lugar muy singular.
Si quieres saber de algo, te tendrás que aquí.
Bienvenido. Y si escuchas lo suficiente, nunca podrás escapar.
En la marisma infinita, donde los juncos susurraban secretos al viento y las sombras danzaban al compás del Guadalquivir, se alzaba una ermita solitaria.
No siempre había sido un lugar de paz y fervor.
En sus orígenes se cernía sobre ella una atmósfera de misterio y temor.
Cuentan los más ancianos de Almonte con la voz quebrada y los ojos vidriosos que mucho antes de que la Blanca Paloma congregara a multitudes la ermita era un refugio precario en un paraje desolado.
Un cazador, perdido en la espesura al caer la noche, buscando cobijo entre sus muros de pencijado, encontró algo más que el recuerdo del frío.
En la penumbra, iluminada por la temblorosa llama de su candil, descubrió una pequeña talla de madera.
Era una imagen celestial de rostro sereno.
Sus facciones eran extrañas, casi sombrías, y sus ojos parecían seguirlo en la oscuridad.
Una sensación helada le recorrió la espalda, un presentimiento de que aquella figura no era una simple representación religiosa.
A la mañana siguiente el cazador huyó despavorido, dejando atrás la inquietante talla, pero la imagen, de alguna manera inexplicable, comenzó a aparecer en distintos lugares de la marisma.
Los pastores las encontraban en sus chozas, los pescadores en sus barcas, siempre con esa mirada fija y perturbadora.
El miedo se extendió como la niebla en la ciénaga, se decían historias de extraños sucesos alrededor de la talla, animales que enfermaban sin razón, susurros en la noche que no provenían del viento, y una sensación constante de ser observados.
Algunos creían que era un espíritu antiguo de la marisma, atrapado en la madera, otros hablaban de una presencia maligna que acechaba en la soledad del lugar.
Un ermitaño, un hombre solitario que buscaba la penitencia en aquel paraje inhóspito, decidió llevar la talla de vuelta a la ermita original, intentando apaciguar la inquietud que sembraba, pero al llegar sintió una fuerza invisible que lo empujaba, una voz siliente que resonaba en su mente, helándole la sangre.
Con el tiempo, la leyenda de la talla se extendió.
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