
Descripción de Restauración 64x34
"El arte sacro es un acto de fe... pero ¿y si también es una advertencia? En una iglesia olvidada por el tiempo, un restaurador de frescos descubre que algunas imágenes no fueron cubiertas por el paso de los siglos, sino por algo mucho más antiguo y aterrador. Mientras sus pinceles devuelven la vida a figuras olvidadas, algo en la pintura comienza a devolverle la mirada. Susurros en la penumbra. Ojos que se abren donde antes solo había grietas. Lo que debía ser una obra de conservación se convierte en un descenso a la locura. Y cuando la última pincelada revele el rostro del demonio, será demasiado tarde para escapar. Bienvenidos a ‘Restauración’... un capítulo donde el arte y el horror se funden en una pesadilla sin retorno." #iglesiasmalditas #demonios #relatosdehorror #espanto d47k
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Aullaba entre las gritas de la montaña, arrastrando consigo un frío que calaba hasta los huesos.
Un sonido hueco y largo que se deslizaba por los barrancos como un susurro de advertencia.
Miguel ajustó el cuello de su abrigo y apretó el volante con más fuerza.
La carretera serpenteaba en un ascenso implacable entre las rocas desnudas, bajo un cielo plomizo y sin sol.
Los Pirineos se alzaban a su alrededor como gigantes de piedra, imponentes y hostiles, sus cumbres ocultas bajo un manto de nubes grises que parecían querer aplastar todo lo que se atreviera a adentrarse en aquel lugar remoto.
El GPS había dejado de funcionar hacía horas y Miguel seguía las indicaciones escritas en una carta que había recibido semanas atrás.
La oferta era demasiado buena para rechazarla.
Restaurar un fresco en una abadía olvidada, un trabajo que prometía no sólo un pago generoso, sino también la oportunidad de perderse en algo que no fuera su propia vida fracturada.
El paisaje se volvió más desolado a medida que ascendía.
Los bosques densos y sombríos daban paso a rocas desnudas y precipicios que caían hacia abismos oscuros.
El aire más frío aquí, más pesado, como si la montaña respirara lentamente, observando.
Miguel notó como el silencio se apoderaba de todo, roto sólo por el sonido del motor y el crujir de las ramas secas que el viento arrastraba por el camino.
No había señales de vida, ni animales, ni personas. Sólo la montaña y él.
Finalmente, el coche llegó a un pueblo abandonado al pie de la montaña.
Pero aquello no era un pueblo, era un cadáver de piedra.
Las casas estaban desiertas, con ventanas rotas y puertas que se balanceaban en sus goznes, chirriando con cada ráfaga de viento.
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