
La puerta del Cielo | Capítulo 22: Una charla con Eilele 2l6t3d
Descripción de La puerta del Cielo | Capítulo 22: Una charla con Eilele 533h3y
Hago la lectura del capítulo 22 del tercer libro de la trilogía recibida por Robert James Lees (1849-1931). Luego en el comentario repasamos algunas cosas del texto. Esta obra fue dada por Aphraar (Fred), que es el espíritu, el desencarnado que, a través de Robert James Lees, nos contó la historia de su vida tras la "muerte". En este capítulo Aphraar charla con Eilele, entre otras cosas, sobre aquello del "nuevo cielo y nueva tierra". El libro está escrito hace unos 100 años, y es la historia de la vida de Fred Winterleigh (Aphraar, ahora "Astroel") en el mundo espiritual. __ * Página correspondiente, con el texto, etc.: https://www.unplandivino.net/pc-22/ ___ La página que recopilará todos los enlaces (audios, etc.), donde introduzco esto es: https://www.unplandivino.net/transicion/ 681l68
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Buenas, bienvenidos a este audio de unplandivino.net. Vamos con el penúltimo capítulo ya de esta trilogía. Es el capítulo 22 de la Puerta del Cielo que se titula Una charla con Eilidh. Después de aquel episodio para nunca olvidar en la cueva, aquella extraña mezcla de tristeza y alegría, aquel amanecer que irrumpió de la penumbra de medianoche, regresé solo al jardín. Cisbene nos dejó repentinamente cuando nos acercábamos a la entrada. Se estaba despertando de su sueño y debía hacerse cargo de su cuerpo para su ronda diaria de deberes.
Kusna, acostumbrado a atender el tipo de necesidades que Clarice enseguida tenía, prefirió quedarse a solas con ella. Clarice me suplicó entre lágrimas que no la dejara, temerosa debido a su conocimiento del pasado de que mi marcha presagiara otra larga y agonizante reparación.
Pero Kusna disipó sus temores, persuadiéndola de que confiara en él y con la promesa de que pronto volvería a verla, nos separamos. Quedé así solo, libre para reflexionar sobre la maravilla cada vez mayor y la plenitud diversificada de la vida en la que había entrado. Era la tercera vez que contemplaba aquel fascinante paisaje prismático e inmediatamente me puse a comparar y contrastar los incidentes especiales relacionados con cada visita.
En referencia a la primera y a la tercera, qué contraste se presentaba para mi estudio entre mi primera experiencia de la entrada de aquella pobre mujer y la salida de Clarice. Luego mi propio cambio de punto de vista debido a la luz que había recibido desde mi propia llegada. De pie allí en la gloria de esa luz que proporciona una luz verdadera me impresionó el pensamiento qué providencia sería si el ojo ignorantemente cegado pudiera estar siempre unido a una lengua muda.
Cuanto mejor sería la circunstancia de la humanidad si tal unión pudiera llevarse a cabo. Miré y di gracias al Padre por la luz del conocimiento que había amanecido en mí y por las manos restrictivas que me habían guiado tan cuidadosamente a través de la penumbra de la ignorancia. Luego me preguntaba y bien si estaba solo debería sin compañía aventurarme a probar el nuevo poder con el que había sido dotado.
Dudaba. Esperé por si la voz hablara y me aconsejara. Pero todo estaba en silencio. Seguí esperando. ¿Era esto un estímulo, una tentación que parpadeaba ahora dubitativamente en un inaudible pruébalo? No estaba seguro. La balanza oscilaba con delicada indecisión. Mientras esperaba una nueva experiencia se apoderó de mí. Por primera vez que yo recuerde sentí el paso de una suave brisa. Me levantó, me llevó lejos.
Me encontraba en un monte junto al mar y en la llanura al pie de la colina una nación se hallaba en una indecisión que la dejaba sin aliento.
Cerca de mí, en la ladera de la montaña, había dos altares alrededor de uno de los cuales una multitud de sacerdotes frenéticos danzaba con furia sangrante aullando por una señal de reconocimiento de su dios sordo, ausente o mítico. Junto al otro altar había un peregrino tranquilo manchado por el viaje y toscamente ataviado, ordinario en sus modales como poco oficial en su indumentaria, así como poco oficial en su indumentaria, con una sonrisa desdeñosa en su rostro rugoso y los ojos encendidos por la confianza de su propósito. Había esperado desde la mañana hasta la puesta del sol la respuesta de Baal, que no llegaba.
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