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Psicoanálisis, Audiolibros y Poemas
POESÍA A LAS MIL - EVGUENI EVTUSHENKO - AUDIOLIBROS DE POESÍA -

POESÍA A LAS MIL - EVGUENI EVTUSHENKO - AUDIOLIBROS DE POESÍA - 3w441j

7/5/2025 · 24:42
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Descripción de POESÍA A LAS MIL - EVGUENI EVTUSHENKO - AUDIOLIBROS DE POESÍA - 3j2d1o

POESÍA A LAS MIL - EVGUENI EVTUSHENKO - AUDIOLIBROS DE POESÍA - Lectura en vivo con Helena Trujillo y Clémence Loonis 1y2i5k

Lee el podcast de POESÍA A LAS MIL - EVGUENI EVTUSHENKO - AUDIOLIBROS DE POESÍA -

Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.

Seguimos con el poema La estación de cima, de Eugenie Eptuchenko, pero rabán, amenazadoras, siempre en giras de ideas, como cuando plantearon en serio el tema de la socialización de los niños.

Mucho de ridículo hubo, claro, incluso de nocivo en ocasiones, pero te digo, me siento inquieto, porque no tenéis aquel ardor, y sobre todo, aunque me censuréis, no veo pensamientos jóvenes en vosotros. Y, amigo, la gente siempre, en esencia, tiene la edad de sus pensamientos. Hay jóvenes, pero no hay juventud. ¿Para qué ir más lejos? Ahí está mi sobrino, ya no cumplirá 25 este invierno y no le echarías menos de 30. ¿Qué ha pasado? Era un joven como los demás, pero, sabes, le eligieron para el comité regional. Y ahí está, verde aún, pero curtido en los debates, golpeando la mesa con su puño autoritario.

Su modo de andar cambió, hay metal en su mirada, y es tan contundente en los discursos, que no parecen palabras para una causa, sino una causa para las palabras. Todo es simple en los discursos, evidente. ¿Qué joven es ese? ¿Dónde está su ardor? Para por parecerle poco serio, abandonó el fútbol, olvidó a las muchachas, bien se convirtió en hombre grave, pero y después? ¿Dónde están las búsquedas? ¿Dónde las discusiones, la sencillez? No, la juventud no es la de antes, ni tampoco los peces, suspira, son los mismos. Bueno, parece que ya comimos, pues echamos ahora, amigo, el gusanillo. Y chasqueando los labios, acaba al minuto del anzuelo un estupendo caracio.

¿Y cómo ha engordado, eh? Ese sí es de provecho. Resplandecía al mirado de tal caracio. No decía que los peces ya no eran los mismos. Mas él, con astucia, no me refería a todos, y sonriendo, me amenazó con el dedo como diciendo, tenlo presente. El cariazo, amigo, ha mordido el anzuelo, pero yo no lo voy a morder. Tras las ricas sopas de mi tía, en las pláticas, torneme insustancial y confuso. ¿Por qué se mete siempre este viejo en mi memoria? Como si hubiera pocos viejos en el mundo, gruñía mi tía.

No me tomes por suegra, ¿por qué anda siempre tan abatido y gris? Deja ya esas cosas, niño, sé más sencillo. Anda, ven por vallas conmigo. Tres mujeres, dos niñas rabonas y yo. Volaba el camión, atiborrado de heno, entre campos ampliamente susurrantes, y mirando el centelleo de segadoras, caballos, espigas, gorras y pañolones, sacamos los panecillos del cesto y bebimos leche fresca.

Las codornices alzaban el vuelo bajo las ruedas, chilloteaban, ensordeciendo los tímpanos. El mundo se agitaba, emberbecía, alborotaba, y yo, yo escuchaba, escuchaba y miraba.

Junto al arroyo, los niños tiraban piedras y el sol incandescente quemaba, aunque las nubes acumulaban gotas, se revolvían y respiraban pesadamente. Todo se tornó nebuloso, callado.

La gente del coljos se había metido ya en un almiar cuando, sin vacilar, penetramos en el aguacero. Junto con él, los relámpagos en el bosque, reorganizamos con seso el espacio, levantamos un montón de heno y nos cubrimos. Sólo dejó de cubrirse una compañera cuarentona.

Todo el día pareció cansada, cayó taciturna en la comida, y de pronto, ahora se incorpora y se levanta y se vuelve joven de lo más joven. Se quitó de los cabellos el pañuelito blanco, presa de cierta loca gallardía, y, moviendo los hombros, empezó a cantar alegre y mojada toda ella.

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