
Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 5: Los Flurn yu2y
Descripción de Oliver Ray y el Centro del Universo (Audiolibro) - Capítulo 5: Los Flurn 5g392
Oliver trata de adaptarse a su nueva vida en el planeta “Xindi”, pero las cosas no terminan de salirle bien. En el fondo, sabe que algo dentro de él no encaja y está dispuesto a ir lejos, todo lo lejos que haga falta, para conseguir respuestas. Tras lo sucedido en “Oliver Ray y las Luciérnagas del Infinito”, el chico de las estrellas y sus amigos vuelven en esta trepidante aventura, donde viajarán a rincones increíbles de la galaxia y se las tendrán que ver con nuevos y viejos enemigos. Descubre con ellos la magia de las estrellas. 1t275x
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Capítulo 5. Los Flurn. Oliver entreabrió ligeramente los ojos y al momento sintió un fuerte dolor en todo el cuerpo. Al llevarse la mano a la frente notó que tenía algo como una cinta elástica rodeándole la cabeza. —Buzz, por fin despiertas. Me tenías muy preocupada.
A pesar de sonar reverberante y confusa, Oliver reconoció la voz de Kapka. Tenía la vista borrosa y su cuerpo apenas le respondía. —¿Qué? ¿Qué ha pasado? Su propia voz le sonaba como ajena.
—Te diste un buen golpe en la cabeza. Llevas desde ayer inconsciente. No me quería separar de ti, pero estaba a punto de irme a refugio para buscar ayuda. Palillo también se ha hecho daño en una pata. Por suerte, los Flurn nos han ayudado. —Oh, vaya. Balbuceó Oliver, esforzándose en acomodar los ojos a la intensa luz que envolvía la estancia.
—¿Cómo has dicho? ¿Qué es un Flurn? —¿Qué? No. ¿Quién? Les he llamado Flurns porque así es como suenan cuando hablan entre sí. Ya sabes, soy muy onomatopéyica.
La vista de Oliver se fue aclarando y pudo distinguir que se encontraba tumbado en una estancia que parecía hecha de cristales azules, a través de los que entraba abundante luz. Junto a Capca, vio a Cheese, el saponejo, y tres pequeños arbustos también de color azulado. Al fijarse en uno de ellos, percibió unos círculos negros que parpadearon. De repente, el arbusto se movió hacia él y desplegó una especie de hilo fino para tocarle la cabeza.
Oliver profirió un grito de pánico y retrocedió hasta dar con su espalda contra la pared. El arbusto pareció asustarse también y retiró el hilo hacia su interior, apretujándose contra los otros dos, que empezaron a temblar emitiendo un ruido como flum, flum, flum. Capca les acarició por encima para tranquilizarles. —Creo que les das más miedo tú a ellos que ellos a ti. —No, no estés tan segura. —Venga, acércate, no te harán nada. Oliver se aproximó, indeciso. —Vamos, tócalos.
Le apremió Capca. —¡Ya voy, ya voy! ¡Qué prisas! Estiró su mano hacia uno de ellos y le acarició las hojas superiores, que ondularon suavemente mientras el arbusto emitía un largo flum.
Oliver se puso de pie y se estiró, dando un bostezo. Enseguida los flum imitaron sus movimientos y sonidos de una manera muy cómica. Oliver balanceó su cuerpo con los brazos en cruz e hizo una pedorreta con la lengua. Los arbustos hicieron lo propio a su manera. —¿Lo ves? ¡Son muy majos! rió Capca. Oliver sonrió forzadamente. —Mientras no les dé por comernos, musitó entre dientes.
—Creo que si lo quisieran lo habrían hecho hace tiempo, ¿no crees? —Quién sabe, tal vez prefieran cocinarnos despiertos. —Oh, venga ya. Salieron de la choza de cristal azul y Oliver pudo ver que se encontraban en un pequeño poblado formado por otras estructuras similares.
Los cristales afloraban de la tierra en grandes bloques y las viviendas habían sido excavadas en ellos. Junto a las casas brotaban algunas pequeñas plantas amarillas de lastaño. Varios arbustos pequeños vieron a los extraños y les rodearon dando saltitos. Parecían curiosos y divertidos al mismo tiempo. Los troncaballos se acercaron a Oliver y Capca y les lamieron la cara.
Palillo cojeaba de una pata en la que le habían puesto una tablilla.
—En su estado le va a resultar difícil subir la montaña para volver —dijo Oliver—.
—Habrá que echarle una mano. Ahora ven conmigo, vas a ver algo atomizante.
Salieron del poblado seguidos por una comitiva de pequeños arbustos saltarines. Del suelo cada vez afloraban más cristales y menos tierra, hasta que llegó un momento que caminaban únicamente sobre vidrio azulado. Capca se subió a un saliente especialmente elevado y se paró.
Cuando Oliver llegó a su altura, pudo contemplar una panorámica espectacular. Bajo sus pies se extendía un amplísimo cañón compuesto enteramente por cristal azul. Varios flun brincaron hacia adelante y se deslizaron por un tobogán natural horadado en el vidrio.
—¡Vamos! ¡Es divertidísimo! —dijo Capca saltando detrás de los arbustos.
Oliver resopló, cogió a Achís en brazos y la siguió rampa abajo. Al momento, su cuerpo le recordó que aún no era momento para hacer grandes acrobacias, pero ya era tarde para volver atrás.
El tobogán lo zarandeaba de un lado a otro sin control. Varios flun saltaban a su lado y por encima adelantándolo, y el fondo del cañón, donde pudo distinguir un enorme trozo de vidrio, se acercaba a gran velocidad.
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