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No te lo quería decir.

Hoy hablaremos de...

¡El Exorcista! Bienvenidos al capítulo 9 de No te lo quería decir, dedicado a una de las películas más aterradoras de todos los tiempos, El Exorcista.

Estrenada en 1973 y dirigida por William Friedkin, El Exorcista no fue sólo una película, sino un fenómeno cultural.

Basada en la novela de William Peter Blatty, llevó al cine la terrorífica historia de Regan, una niña poseída por una entidad maligna y el enfrentamiento desesperado entre la fe y el horror.

Más allá de los sustos, El Exorcista tocó miedos profundos, la pérdida del control, la fragilidad de la fe y el miedo a lo desconocido.

Su estreno causó pánico en los cines, con desmayos, gritos y la sensación de que algo en esa película iba más allá de la ficción.

¿Por qué sigue siendo tan perturbadora décadas después? ¿Qué la hace tan diferente de cualquier otra película de terror? Hoy exploramos su historia, su impacto y el recuerdo equívoco que dejó en nuestra memoria un relato que nos hizo dudar sobre la línea que separa la ficción de la realidad.

¡Comenzamos! Pues hay que saber lo que pasa, que hay veces que te metes en las películas y hay veces que te metes menos, y yo siempre que he pensado en El Exorcista, siempre, siempre, siempre, siempre, siempre, he pensado en que allá estuviera pasando cualquier cosa menos lo que estaba pasando.

Es decir, nunca he visto la película sin poder, sin divagar. Diciendo, mira, que hay una señora que se le ha metido el maligno en el cuerpo, una muchacha que se le ha metido el maligno en el cuerpo, y esto hace madre mía, y fíjate, y esto vamos a llamar a alguien, pues yo tengo un vecino, pues a ver si sabe, pues ta, ta, ta, ta, ta, ta, ta, y consiguen que llegue un señor, y llega el señor y hace sus cosas y tal.

A mí me parece muy superficial y siempre he pensado, o he querido pensar que haya pasado en otras cosas, que aquella señora no estaba endemoniada, que lo que le pasaba a Bayotas a ver, y siempre, siempre me ha gustado mucho pensar en el personaje de El Exorcista.

Pensar en un señor que cuando termina todo aquello, los vómitos, las malas hostias, los miedos, los lloros, los llantos, los crucifijos que vuelan, los fuegos, llegas a casa reventado, llegas a casa reventado, y llegas a casa, y esto no es un trabajo de todos los días, pero precisamente por la falta de rutina, cuando llegas a tu casa en Toledo, porque me imagino que tiene que ser un sitio como muy, no sé, los exorcistas tienen que vivir en sitios pequeños y con una historia monumental y una cosa así, pues cuando llegas a Toledo, ya no es que sepas que no vas a ir mañana a trabajar porque no eres panadero, es que tú dices, bueno, yo creo que esto ya, o sea, esto ya, y no pasan 72, 96 horas, no será.

Oye, mira, que parece que hay un chaval entomelloso, que están los padres preocupados, que parece que se le está yendo un poco la olla, que no sabe, el párroco todavía no sabe, y enfrentarte, de nuevo, hacer la maleta, acoger el crucifijo, el agua bendita, los hizo su puta madre, la vive a decir, otra vez, el trabajo más horroroso del mundo, que es medírtelas con el diablo, pero más allá con una muchacha, que ni churrea ni murrea, que no sabemos si están demoniadas, porque yo no sé si están demoniadas. No, casi nunca.

Y luego, como siempre, metiendo un poco la variante familiar, cuando no estás, no estás, y cuando estás, no estás, porque el miedo que suena el teléfono, no el miedo porque es cosa del demonio, el miedo a un hotelucho, entomelloso, o donde sea, o en Huichita, una pensión llena de chinches entomelloso con el trabajo de su artista, da para lo que da.

Otra vez allá, otra vez fuera de casa, estás todo el día, regulantemente, pensando en el trabajo, cuando estás y cuando no estás, y eso, aquí hemos hablado mucho de determinados personajes que tenían un trabajo muy exigente, y como lo afrontaban sus familias, y yo creo que si hablamos de esto, el peor de todos lo tiene el exartista.

Pero aquí me estoy metiendo en asuntos...