
La intrahistoria es nuestra (Jennifer Fuentes) h3840
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¿Estás escuchando Historias de Droids and Druids, el podcast en el que narramos relatos de la revista y otras historias? A continuación escucharás La intrahistoria es nuestra, de Jennifer Fuentes, narrado por Inés Galeano.
Mamá, cuéntame una historia para dormir. ¿Y de qué quieres que sea esta vez? La niña rió, con falso gesto pensativo en su faz escamada. Tenía muy clara la ambientación del cuento. Una de esas historias sobre la antigua tierra y cómo lucharon hasta el final por cambiar y poder sobrevivir.
Los ojos de la niña brillaban llenos de curiosidad y emoción. Algún día descubriría la verdad sobre la humanidad de la antigua tierra, pero mientras tanto dejaría que fueran quienes acompañaran los sueños de la infancia de su hija. Cuando su madre le contaba las historias de la antigua tierra, no decía nada sobre el calor asfixiante, ni sobre la necesidad de un traje especial para protegerse del aire tóxico y los rayos ultravioletas, ni tampoco sobre su obsesión con dibujar símbolos fálicos en cualquier lugar.
Ya había perdido la cuenta de la cantidad de grabaciones de penes que había registrado sólo esa semana. Aunque claro, su madre nunca le contaba cuentos de humanes en los que le villane ganaba, les héroes elegían el beneficio frente a la justicia y la ciencia llevaba a la muerte y a la guerra en vez de a la vida y a la paz. Aún no le había perdonado enterarse en clase de lo de las bombas atómicas, ni lo de las muertes en los mares fronterizos.
Tú, menos mirar y más trabajar. Coge tus herramientas y sigue limpiando tus cuadrículas. Le soltó Teck, su jefe en la excavación. Ese enterramiento no se va a excavar solo. Zunder no soportaba a su jefe, el celebre Teckmechanicus Kilz, una ballena blanca que parecía resistirse a la muerte. Ya no sólo era que desde el inicio de su carrera hubiera estado auspiciado por su familia e historia, es que la trataba como una becaria de primer año que no tenía ni idea de nada y no como la doctoranda que era.
Por todos los planetas. Estaba a punto de terminar su tesis sobre la crisis tecnológica del siglo 21 humano en la zona de la región de Murcia, parte de España, que presidió durante algunos años el imperio europeo. Pero claro, que iba a saber una jovencita marciana sobre eso, en comparación con uno de los descendientes del primer refugio humano.
Lo odiaba a él y a toda su ascendencia, que le habían justificado y amparado para que todo el mundo diera por cierta sus teorías, como la del objeto misterioso que, según él, parecía una copa decorativa y que en realidad era evidente su uso para la higiene femenina humana. Suspiró frustrada, ya publicaría su tesis y pondría en su lugar a esa familia de aprovechades que había usado su poder para huir mientras la antigua tierra se convertía en un campo de batalla nuclear, climático y mundial.
En fin, tenía que seguir limpiando el cuadrante en el que estaba. Ojalá encontrase algo interesante que añadiera su tesis, porque aunque no hubieran pasado demasiados siglos, la mayoría de obras se había perdido supuestamente tras una tormenta enorme que hizo desaparecer la nube. Lo que para muchos era un lugar mitológico a la altura del dorado y los objetos que habían logrado encontrar eran, en muchos casos, piezas rotas de algo más grande que no podían reconocer.
La tecnología informática humana había sido la base de miles de objetos y todas las piezas internas eran iguales, así que era imposible saber la función que tenían aquellas piezas con las que habían sido enterradas las personas. ¿Era una forma de marcar el momento de la muerte? ¿Algo importante para llevarse a la otra vida? ¿Una forma de ar con otra persona si eran enterrados vivos? ¿El aire volvía a oler mal, lo que significaba que alguna parte de su traje no estaba bien adherida y se filtraba adentro sin pasar por la depuradora? ¿Así que se levantó y reajustó cada parte buscando el problema? Estaba bastante segura de que no había pasado nada, pero el protocolo era claro y no quería que nada ni nadie echara a perder sus investigaciones.
Suspiró cansada antes de dejar todas las herramientas en su sitio. Al menos podría darse una ducha antirradiación y volver a sentir su cuerpo sin ese sudor pegajoso que ya parecía hormigón romano con el polvo y la tierra que rodeaba la excavación de esa zona de Murcia. Mamá, ¿por qué te pusiste tu nombre? ¿No somos marcianas? Y lo somos, pero nadie tiene la historia en propiedad, o al menos no debería. Mira a su hija, que muy pronto deberá decidir su nombre, al igual que ella lo había hecho tantos años antes. Ojalá pudieras creerlo.
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