
Descripción de Horacio Quiroga cuentos 6c3t2p
https://www.youtube.com/watch?v=razkVyZO61Y Horacio Quiroga cuentos Literatura para oír 179 K suscriptores Suscribirme 2,6 K Compartir 113.376 visualizaciones 23 mar 2015 Horacio Quiroga (1878 - 1937), escritor uruguayo, una de las figuras más importantes del cuento en latinoamérica. Aquí tres de sus cuentos: La tortuga gigante, Estefanía, El vampiro. 315p52
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Ya Horacio Quiroga ha sido nuestro invitado, pero hoy lo presentamos como la cuota latinoamericana a esta mini antología de cuentistas perfectos.
Quiroga, como Chekhov, padeció innumerables dificultades económicas y como Demoant lo acosaron la locura y el suicidio.
Su contribución al cuento latinoamericano es inmensa y hoy por hoy es el más importante creador de cuentos fantásticos en este continente.
La Tortuga Gigante.
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador.
Pero un día se enfermó y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse.
Él no quería ir porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer y se enfermaba cada día más.
Hasta que un amigo suyo, que era director del zoológico, le dijo un día Usted es amigo mío y es un hombre bueno y trabajador.
Por eso quiero que se vaya a vivir al monte a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse.
Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, case bichos del monte para traerme los cueros y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
El hombre enfermo aceptó y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que en misiones todavía.
Hacía allá mucho calor y eso le hacía bien.
Vivía solo en el bosque y él mismo se cocinaba.
Comía pájaros y bichos del monte que cazaba con la escopeta y después comía frutas.
Dormía bajo los árboles y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera y allí pasaba sentado y fumando, muy contento, en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales y lo llevaba al hombro.
Había también agarrado vivas, muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate porque allá hay mates tan grandes como una lata de querosene.
El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito.
Precisamente un día en que tenía mucha hambre porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas.
Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él, pero el cazador que tenía una gran puntería le apuntó entre los dos ojos y le rompió la cabeza.
Después le sacó el cuero tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.
—Ahora —se dijo el hombre— voy a comer tortuga que es una carne muy rica.
Pero cuando se acercó a la tortuga vio que estaba ya herida y tenía la cabeza casi separada del cuello y la cabeza colgada casi de dos o tres hilos de carne.
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa y no tenía trapos.
La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla y pesada como un hombre. La tortuga quedó arrimada a un rincón y allí pasó días y días sin moverse.
El hombre la curaba todos los días y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó.
Tuvo fiebre y le dolía todo el cuerpo. Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió que estaba gravemente enfermo y habló en voz alta, aunque estaba solo porque tenía mucha fiebre.
—¡Voy a morir! —dijo el hombre—. ¡Estoy solo! ¡Ya no puedo levantarme más! ¡Y no tengo quien me dé agua siquiera! ¡Voy a morir aquí de hambre y de sed! Y al poco rato la fiebre subió más aún y perdió el conocimiento. Pero la tortuga lo había oído y entendió lo que el cazador decía, y ella pensó entonces. El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre y me curó.
Yo lo voy a curar a él ahora. Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza, la llenó de agua y le dio de beber al hombre que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed.
Se puso a buscar enseguida raíz de la laguna.
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