La historia de la Iglesia Católica: Los primeros cristianos (S. I a V) · La consolidación del cristianismo (S.VI a VII) 2j326u

Al amanecer, dos figuras solitarias caminan por la Vía Apia, la principal vía de salida de la ciudad.

Son un anciano que refleja en su rostro el cansancio y las huellas de la historia, y un joven que le sirve de guía y en quien el anciano deposita toda su confianza.

Huyen de los terribles sucesos que sacuden Roma esos días, como consecuencia de la persecución contra los cristianos ordenada por el emperador del momento, Nerón.

A esas horas y saliendo de Roma no esperan encontrarse con nadie.

Por eso, el anciano le llama la atención una figura enigmática envuelta en un halo de luz que avanza hacia ellos.

A medida que se acerca, el anciano puede entrever la figura de un hombre, de alguien que le resulta conocido.

De repente, lleno de temor, el anciano se arrodilla hasta tocar con la cabeza en el suelo ante el estupor del joven que no es capaz de distinguir nada ni de comprender la actitud de su maestro.

El anciano eleva los ojos y pregunta a la figura, «¿Cúo va a disdomine?» El extraño le responde con una sonrisa, «Como tú abandonas Roma, yo vuelvo a ella para que me crucifiquen de nuevo».

Tras unos segundos la figura se desvanece, pero el anciano permanece en tierra llorando.

Por fin se levanta y ordena a su joven discípulo Nazario regresar a Roma inmediatamente.

El anciano no es otro que Simón Pedro, discípulo de Jesús y que la historia conocerá como San Pedro.

El extraño viajero que se encontró en su camino no era otro que su maestro, Jesucristo.

Pedro entendió el mensaje de su maestro y decidió retornar a Roma, y sería precisamente en esa ciudad, centro mismo de la persecución a los cristianos, donde Pedro establecería los cimientos de su iglesia.

Simón Pedro, quizás el discípulo predilecto de Jesús y a quien el Evangelio señala de forma inequívoca como príncipe de los apóstoles, se convirtió de esta manera en el primer obispo de Roma.

El hecho es incontestable, ya que aunque no existan pruebas directas escritas de su ejercicio como obispo, la tradición se ha mostrado siempre unánime y firme en tal sentido.

Realmente, el único dato que ha llegado hasta nuestros días es una alusión del propio Pedro en la primera de sus epístolas al mencionar la iglesia que está en Babilonia, sobrenombre con el que se conocía a Roma por aquel entonces.

Treinta años después, el cronista Clemente Romano en su carta a los Corintios mencionaría también los tiempos en los que Pedro y Pablo estaban entre nosotros en Roma.

Otra prueba más de la posible presencia de Pedro en Roma la encontramos en el testimonio del presbítero Gallo, quien en el año 200 de nuestra era hablaría de las tumbas de los apóstoles en la ciudad del Tíber, situando la de Pablo en el camino de Hostia y la de Pedro en la misma colina del Vaticano.

Si bien hoy en día parece haber consenso entre los estudiosos de la historia de la iglesia respecto de que Pedro no fundó, literalmente, la iglesia en Roma, de lo que no cabe duda es que Pedro sí residió y ejerció labor pastoral en esa ciudad.

Pero, ¿fue Pedro realmente el primer papa? Pedro fue, de hecho, según los historiadores, el primer obispo de Roma, ya que en tiempos de Pedro no existía la figura del papa como la conocemos hoy.

Pero eso sí, con toda seguridad, el primer obispo de Roma, de eso no hay ninguna duda.

Más cuando nos referimos a esta iglesia de la que estamos hablando, cristiana, católica, estamos hablando de Pablo, no de Pedro.

En el año 325.