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Título: Azteca Autor: Gary Jennings Traducción: María de los Ángeles Correa E. Voz: María Margarita Zago Mazzocco Reseña: Hacia 1530, el emperador Carlos pide al obispo de México que le proporcione información sobre la vida y costumbres de los indios americanos; el obispo, fray Juan de Zumárraga, envía al monarca un relato autobiográfico hecho por un indio de unos sesenta años, Nube Oscura o Mixtli, en el que narra su niñez, la mentalidad y costumbres de su pueblo, su formación y sus amores, siempre tormentosos y trágicos. Por fin, el emisario de Moctezuma entra en o con los españoles de Hernán Cortés, es bautizado y recibe el nombre de Juan Damasceno, aunque sigue fiel a los usos de los aztecas. Esta es su trepidante y desgarradora historia, que simboliza el choque de dos civilizaciones, de dos maneras irreconciliables de entender el mundo. Fuente de la Reseña: Información consultada el 17 de abril de 2024 en el sitio web: Lecturalia, https://www.lecturalia.com/libro/7712/azteca Música: Fest in the Mountain. Compositor: Jorge Reyes Prehispanic Music for the Forgotten Spirits. De uso gratuito. Licencia de contenido. as45
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Azteca, de Gary Jennings, parte 7. Continuación.
Conforme me iba aproximando, era obvio que mi barrio de Ixacualco había sido uno de los distritos que más había sufrido con la primera inundación.
Todavía podía ver la marca húmeda y alta que el agua había dejado en los edificios, tan alta como mi cabeza, y aquí y allá una casa de adobe yacía oblicuamente.
La arcilla fuertemente apisonada de mi calle estaba resbaladiza con una capa de moho, había lodo y escombros, y también algunos objetos de valor que aparentemente fueron dejados caer por la gente que huía.
En aquel momento no había ni un alma en la calle, sin duda estaban dentro de sus casas, en la incertidumbre de si la ola de la inundación volvería a regresar.
Sin embargo, la calle, desacostumbradamente vacía, me hizo sentir desasosegado.
Estaba demasiado cansado para correr, pero arrastré los pies lo más rápido que pude, y mi corazón volvió a latir cuando vi mi casa todavía en pie, sin marcas, a excepción de una capa de limo sobre los escalones de la entrada.
Turquesa vino corriendo hacia la puerta de la entrada exclamando, —¡Ajo! ¡Es nuestro señor amo! Gracias sean dadas a Chalchihuitlícué por haberle permitido vivir.
Cansado, pero de todo corazón, le dije que deseaba que esa diosa en particular estuviera en mi clan.
—¡No hable así! suplicó Turquesa, y las lágrimas resbalaban por las arrugas de su rostro.
Nosotros también temimos haber perdido a nuestro amo.
—¿También? Javé, y una banda invisible apretó dolorosamente mi pecho.
La vieja esclava rompió a llorar violentamente y no pudo responder.
Dejé caer las cosas que llevaba, y las arandé por los hombros.
—¿La niña? pregunté.
Ella movió su cabeza, pero no les podría decir si fue para negar o para sentir.
Las arandé de nuevo fieramente y dije, —¡Habla, mujer! —Fue nuestra señora Ciania, dijo otra voz detrás de ella.
Era el sirviente Estrella Cantadora, quien había llegado a la puerta estrujándose las manos.
Yo lo vi todo. Traté de detenerla.
No dejé que se fuera Turquesa o hubiera caído.
Solo pude decir, —¡Cuéntamelo, Estrella Cantadora! Entonces sepa, mi amo, que ayer al atardecer, en el momento en que las antorchas de las calles son encendidas usualmente, aunque por supuesto no las encendieron, pues la calle parecía una catarata, solo vino un hombre.
Era arrastrado por la corriente y golpeado contra los postes de las antorchas y contra los escalones de las casas.
Él trataba por todos los medios de poner bien algo o de cogerse de algo para detenerse, pero aun cuando él estaba a bastante distancia, pude ver que era un baldado y que él no.
Tan ásperamente como me lo permitió mi agonía y debilidad, le dije, —¿Qué tiene que ver todo eso con mi esposa? ¿En dónde está? Ella estaba en la ventana de enfrente, dijo él apuntando, y continuó con deliberado enojo.
Ella había estado todo el día allí, preocupada y esperando su regreso, mi señor.
Yo estaba con ella cuando el hombre llegó.
Golpeado y azotado, cayó.
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