
Descripción de Episodio 8 - UN MAL ENDÉMICO 4n4113
Este contenido se genera a partir de la locución del audio por lo que puede contener errores.
Mal endémico. Pero esto es sólo un cuartucho sin ventilación de apenas 12 metros cuadrados. Como se podrán imaginar, este no era su aspecto original.
Estas cuatro paredes contenían miles de tesoros, libros y tratados sobre numerología, astrología, alquimia, libros prohibidos y quemados por la Inquisición, que, por supuesto, he sacado de aquí y guardado a buen recaudo.
Aquí encontré también el cuaderno en el que Melquiades la Fuente tomaba notas de su trabajo. Así llegué al Necronomicon. Por desgracia, el libro ya no estaba aquí. Busqué por toda la casa sirviéndome de las técnicas más avanzadas, pero nada de eso dio resultado. Tuve que aceptar la realidad.
El libro no se encontraba en la casa. Sin embargo, había estado aquí y era probable que siguiera por la zona. Focalicé entonces mis esfuerzos en estudiar las anotaciones de Melquiades. ¿Entonces Melquiades encontró el libro en la mina? Ah, sí, estaba en la mina, pero no lo encontró él. Fue otro de los mineros, mientras horadaba la montaña. Hicieron un pacto entre ellos para estudiar y proteger el libro, pero con el tiempo Melquiades lo quiso sólo para sí y decidió deshacerse del resto de los mineros. Colocó explosivos y provocó el derrumbe.
Su milagrosa vuelta despertó muchas suspicacias y los familiares de los mineros muertos quisieron llegar al fondo del asunto. Lo presionaron tanto que Melquiades acabó confesando. Para redimir sus pecados, le obligaron a sacar los cuerpos de las profundidades de la mina. Él, aprovechando sus conocimientos tras el estudio del Necronomicon, despertó a los mineros de sus tumbas y les obligó a construir un túnel que unía el interior de la mina con esta habitación, la puerta que ven en ese otro lado. Está cerrada con candado. No se adelante, señorita, por favor, que ya estamos acabando.
Una vez que los cuerpos de los mineros fueron rescatados, sus familiares quisieron evitar las preguntas incómodas que hubiesen surgido al enterrarnos en el cementerio del pueblo. Así que crearon una capilla en la mina y allí los sepultaron junto al Necronomicon. Eran los guardianes contra el mal que se generaba en ese lugar y los encargados de evitar el paso de cualquiera que no fuese descendiente puro para que la gran mosca no envenenase a nadie más.
Creían que con su protección el círculo se cerraría. Los mineros se levantaron de la tumba y nos gritaron para protegernos, no para atacarnos. ¿Y cómo íbamos a saberlo? ¿Qué dicen? Como quieran.
En cualquier caso yo no fui capaz de encontrar el libro.
La magia lanzada por los mineros me impidió atravesar la capilla. No sabía dónde encontrar a un descendiente puro, pero sabía un nombre que podía ayudarme a sacar el libro de la mina. Darío la Fuente, el tataranieto de Melquiades.
Usted me condujo hasta él porque sabía que no me contaría nada.
El hombre está muy perturbado. Aunque entre desvarío y desvarío dijo algo que me dio una idea. No le rindo cuentas a nadie, ni a Dios ni al demonio. Al único que dará explicaciones será a Guillermo Santa María cuando al final nos reencontremos en el infierno. Así pues, si sólo iba a hablar con el difunto Santa María, al difunto Santa María le llevaría.
Y se me ocurrió la idea de los disfraces que han demostrado ser muy efectivos, ¿verdad? Sí, muy ingeniosos.
Gracias a Darío me enteré de que no era el primero en intentar utilizar el poder del Necronomicon para librarse de la muerte.
Hace años, con la ayuda de los últimos puros, Darío la Fuente, Marcos Ortega y su mujer Gloria Ortiz, el empresario Gregorio del Arco y su esposa Margarita Robles, fue Guillermo Santa María el que sacó el libro de la mina para tratar de extirpar el cáncer que lo devoraba.
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