
Descripción de La colección invisible de Stefan Zweig 5v2t5u
"La colección invisible" (en alemán, "Die unsichtbare Sammlung") es un magistral relato escrito por Stefan Zweig (18881-1942) publicado por primera vez en 1927 y que tiene una trama sorprendente en medio de uno e los episodios de hiperinflación que se dió en Alemania en el siglo 19. El amor entendido como un afecto que va más allá de la pareja y la capacidad de interiorizar la belleza que encierra el arte son ingredientes de esta sorprendente narración. Sobre el autor: Stefan Zweig nació el 28 de noviembre de 1881 en Viena, Austria, en el seno de una familia judía acomodada. Fue uno de los escritores más populares de Europa en la primera mitad del siglo XX, reconocido por su prosa elegante, su profundidad psicológica y su humanismo cosmopolita. Estudió Filosofía y Letras en Viena y Berlín, y desde joven se dedicó por completo a la escritura. Cultivó diversos géneros: novela, biografía, ensayo, teatro y traducción. Fue especialmente célebre por sus novelas cortas (Carta de una desconocida, Miedo, Amok) y por sus biografías literarias sobre figuras como María Antonieta, Fouché, Erasmo de Róterdam o María Estuardo. Humanista convencido y firme defensor del ideal europeo, Zweig fue profundamente marcado por los horrores de la Primera Guerra Mundial. Con el auge del nazismo, su condición de judío y su ideología liberal lo forzaron al exilio. Vivió en Reino Unido, Estados Unidos y, finalmente, Brasil. Durante su exilio escribió El mundo de ayer (1942), una conmovedora autobiografía en la que evoca la Europa culta y liberal de antes de la guerra, destruida por la barbarie totalitaria. Profundamente afectado por la situación del mundo, Zweig se suicidó junto a su esposa Lotte Altmann el 22 de febrero de 1942 en Petrópolis, Brasil. Su obra permanece como testimonio de una conciencia atormentada por la pérdida de la civilización y la esperanza en el entendimiento humano. 54166q
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La colección invisible. Un relato de Stefan Zweig. Yo soy la voz que te cuenta. Un episodio de la inflacción alemana.
Dos estaciones después de Dresde subió a nuestro compartimiento un señor ya mayor.
Saludó cortesmente y, levantando los ojos, inclinó expresamente la cabeza en mi dirección, como si fuera un buen amigo. En el primer momento no fui capaz de recordarle, pero cuando me dijo su nombre, con una ligera sonrisa, me acordé inmediatamente. Era uno de los antiguarios más prestigiosos de Berlín, en cuya tienda yo había irado y comprado más de una vez, antes de la guerra, libros antiguos y autógrafos. Primero hablamos de cosas sin importancia.
De pronto dijo inesperadamente, tengo que contarle de dónde vengo, porque este episodio es lo más curioso que me ha sucedido a mí, viejo marchante en arte, en los 37 años de mi carrera. Seguramente sabe usted lo que pasa ahora en el comercio del arte, desde que el valor del dinero se volatiliza como el gas. Los nuevos ricos han descubierto su afición por las vírgenes góticas, los incunables y los viejos grabados y cuadros.
Nada es bastante para ellos, incluso hay que defenderse de que no le vacíen a uno la casa y la habitación. Si por ellos fuera, me comprarían los gemelos de la manga y la lámpara del escritorio. Cada vez es más difícil encontrar nueva mercancía, perdone que utilice esta expresión para estos objetos que normalmente son algo sagrado para nosotros. Pero esta casta despreciable ha acabado acostumbrándonos, incluso a nosotros, a considerar un maravilloso incunable veneciano como un simple envoltorio para cierta suma de dólares y un dibujo autógrafo de éguer chino como encarnación de un par de billetes de 100 francos. Ante la impertinencia grosera de estos nuevos compradores furibundos, no hay resistencia que valga.
Y así me encontré, una vez más, totalmente desvalijado y de buena gana hubiera bajado a las persianas. Tan avergonzado me sentía de verla anguidecer en nuestra venerable tienda, que mi padre había heredado de su abuelo, únicamente unas lamentables baratijas, que en otros tiempos ningún chamarilero callejero del norte hubiera cargado sobre su carro. En este apuro se me ocurrió revisar nuestros viejos libros de cuentas para dar con alguno de nuestros antiguos clientes al que poder sacar sutilmente alguna lámina repetida. Una vieja lista de clientes es siempre una especie de campo de cadáveres, sobre todo en estos tiempos, y la verdad es que no me dio muchas ideas.
La mayoría de nuestros antiguos compradores se habían visto obligados, hacía tiempo, a vender sus posesiones en subastas, o habían fallecido, y de los pocos que todavía vivían, nada se podía esperar. Pero entonces encontré todo un manojo de cartas de nuestro, sin duda, más antiguo cliente, al que había olvidado únicamente porque desde el comienzo de la guerra, en 1914, no se había dirigido a nosotros con algún encargo o pregunta. La correspondencia se remontaba, y verdaderamente no es una exageración, a casi 60 años. Este cliente había comprado ya a mi padre y a mi abuelo. A pesar de ello, no podía yo recordar que, en los 37 años de mi actividad personal, hubiera pisado jamás nuestra tienda.
Todo parecía indicar que debía de ser un personaje excéntrico, anticuado y original, uno de esos olvidados alemanes salidos de un cuadro de Menzel o de Spitzbeck, como se encuentran aún hoy aquí y allá, en pequeñas ciudades de provincia, como raros ejemplares únicos. Sus cartas eran obras de caligrafía muy bien escritas, las cantidades subrayadas con regla y tinta roja. También repetía siempre dos veces la cifra, para que no se produjera ninguna equivocación. Esto y la utilización exclusiva de guardas sueltas y sobres económicos revelaban la parquedad y el fanático afán de ahorro de un provinciano inveterado. Estos curiosos documentos estaban firmados invariablemente, además de con su nombre, con el cual el cliente se acercaba a él.
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