
#CafeDeNegocios 154Editorial Juan Marcos Tripolone:Pagar el precio,o comerse el capital #CaféDeDiseño Marta Baliña BRIEF 5v4w1n
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El pasado lunes 25 de julio de 2016 en ?#?CafeDeNegocios? arrancamos el primer bloque con la columna ?#?editorial? de análisis económico en Diario Clave de Juan Marcos Tripolone: "Pagar el precio, o comerse el capital" ( http://www.diarioclave.com/economia-y-finanzas/2016/07/pagar-precio-comerse-capital/ ). En el segundo bloque, y como todos los lunes, llegó nuestra columnista de ?#?CaféDeDiseño?, Maria Marta Baliña Scaini de Cruz Cuero para continuar comentándonos acerca de el brief y cómo utilizarlo. Estuvimos en vivo por ?#?LightTV?: www.lightfm.com.ar/camara ____________________________________________________ Economía y Finanzas Pagar el precio, o comerse el capital 24 julio, 2016 Por Juan Marcos Tripolone. Conductor de Café de Negocios de lunes a viernes a las 17 hs. por Radio Light F.M. 97.3MHz. El lunes pasado en un programa televisivo el economista José Luis Espert comentaba las consecuencias de la fantasía en la que nos gusta caer a los argentinos al creer que podemos indeterminadamente no pagar los bienes por lo que verdaderamente valen. Es sabido que el susodicho no puede renegar de su ortodoxia económica con sesgo a la derecha, independientemente de lo cual de su exposición quedó claro que no abonar el precio real de los bienes implica comerse el capital, deporte al que ya nos hemos acostumbrado localmente. No alcanzarían estas páginas para nombrar ejemplos, por eso trataremos de resumir los de la historia reciente. Primero nos alucinó el creer que nuestro peso valía lo mismo que la moneda de curso legal en una economía cuyo tamaño es 32 veces el de la nuestra. El costo de no pagar por un dólar lo que un dólar realmente debía costar, fue justamente devorarnos nuestro capital en dólares; vale decir, reservas internacionales y capacidad endeudamiento externo. Se sabe, la salida de la convertibilidad dejó al Banco Central con un vuelto en concepto de reservas, y al tesoro de la Nación en default y sin líneas de crédito ni acuerdos de descubierto a la vista. Años más tarde se vivió simil desbande en el ámbito energético. Primero ocurrió con la empresa más grande del país, la siempre manoseada YPF. Los mismos que apoyaron su privatización y al postre su semi-estatización, perfeccionando un acuerdo leonino para cerrar este último asunto, en el medio de ambas manipulaciones también manifestaron su fallida intentona de nacionalización; procurando que el control de la compañía quedase en manos de capitales privados nacionales. El grupo Petersen de la familia Esquenazi fue el bendecido por la fumata blanca oficial de aquel Gobierno de corte mesiánico y petulante, en una turbia opereta que incluyó recibir acciones pagaderas con los derechos de esas mismas acciones a percibir dividendos por las ganancias futuras producidas por la petrolera. Ninguno de los transantes pudiera aducir ignorancia en lo que al negocio hidrocarburífero respecta, nicho capital-intensivo que vive y sobrevive precisamente de la constante reinversión de utilidades principalmente dirigida a la exploración de nuevos yacimientos y explotación de los actuales, esquisto incluido. Que la familia compradora de un cuarto de la principal petrolera del país destinase sus ganancias sólo a pagar en cómodas cuotas dicha adquisición, liquidó justamente esas inversiones necesarias, fruto de lo cual luego de 20 años consecutivos de haber sido exportadores netos, nos convertimos en importadores netos de hidrocarburos. Duro capital el que nos comimos en esta jugarreta, restándole al país margen de maniobra e ingreso de divisas. Y sólo por creernos la ilusoria idea de que nacionalizar la compañía podría ser virtualmente gratis, cuestión de meros asientos contables. Pero esto no fue nada comparado con el desastre energético en lo gasífero y eléctrico. Aquí fue placentero olvidarse de juntar el dinero para pagar estas boletas, y el desguace fue pleno: inversiones, autoabastecimiento, exportación y soberanía energética. En electricidad, el congelamiento tarifario fue útil para fomentar el consumo de climatizadores ensamblados en Tierra del Fuego. Aires acondicionados encendidos a pleno durante todo el verano en la vasta extensión del territorio nacional nos valió dejar un sistema interconectado eléctrico diezmado y al borde del colapso. Pero las tarifas planchadas en parte ahuyentaron las inversiones deseables y en parte imposibilitaron las inversiones urgentes, con distribuidoras siempre al borde de la quiebra. Ahora el tiempo apremia, y ya no puede diferirse la necesidad de renovar gran parte de las centrales y el equipamiento. En cuanto al gas, pagar poco menos por el fluido que por una pizza nos costó también pasar de exportadores a importadores. Pero no fue la única razón. A los productores del sur de nuestro país se les abonaba la mitad que en regiones como los Estados Unidos, mientras que a los vecinos proveedores vía gasoductos y los barcos regasificadores de Trinidad y Tobago y otras tierras se les abonaba el doble que el precio en Estados Unidos. Pero por esta mercancía abonada cara al importador, se le cobraba extremadamente barato al consumidor. Nada lógico ni justo como para planificar alguna inversión local. Eso sin contar el barco fantasma cuyo gas se pagó pero nunca arribó a nuestros puertos, entre otras andanzas perpetradas por la mano que firmaba el papel, sobreprecios mediante. Ergo, ni el productor cobró lo que vale producir gas, ni el pagó lo que cuesta consumirlo, ni a los importadores se les abonó un precio racional, aunque en este último caso por lo excesivo. El capital desmadrado en este particular, como resulta obvio, fueron las reservas de gas. Volviendo al precio del dólar, no demostramos haber aprendido la lección en la convertibilidad. Una década después, el cepo mantuvo un anclaje cambiario suponiendo un precio irreal de la divisa, que era solo cierto en las pizarras de la banca oficial, cotización que en cuanto dicho cepo fue removido, se disparó hasta aquel valor que convalidaba el mercado en sus transacciones bursátiles o paralelas, pero que el Gobierno anterior no quería asumir, aduciendo a que dicho precio era meramente el de un mercado marginal. La historia no termina aquí, falta el agro. El costo de congelar precios y exportaciones de carnes fue perder 10 millones de cabezas de ganado. Al parecer, no querer pagar, se paga. Y el chiste de las trabas vía ROE y las retenciones a la exportación de trigo que un pistolero secretario de comercio impuso justificado por la cantinela de “cuidar la mesa de los argentinos” devino en perder millones de hectáreas de siembra del cereal, y una extrema sojización de la pampa húmeda que incluso decantó en algunos casos en desertificación, al no generar la sana rotación con trigo. Finalmente, ésta escasez de oferta y una demanda sostenida en el tiempo terminó descuidando por completo la mesa de los argentinos. Crisis financiera, crisis energética, desdoblamiento cambiario y problemas de abastecimiento, todo en un país rico en recursos naturales pero que no se siente aún gustoso de pagar las cosas por lo que valen. Prefiere vivir en la ficción de aquel comerciante que se siente millonario porque vendió un producto a $1.000.000 y disfruta gastando ese millón olvidando que el costo de reposición de dicho artículo era de $900.000. Tal comerciante acaba de devorarse su capital, que es el stock de mercaderías, y por ende su negocio ha desaparecido. Esta perenne actitud adolescente ya es idiosincrática en nuestra tierra, un comportamiento pueril que nos lleva a pensar que podemos optar por desistir de pagar aquello que consumimos. Lo que en realidad hacemos, es posdatar dicho pago. Endosamos el cheque a las futuras generaciones a través del endeudamiento desenfrenado, o del impacto ambiental fruto de la desmesura, o de destrozar las reservas energéticas o monetarias que eran para esas generaciones, debido al sobreconsumo de las mismas. El intempestivo respingo tarifario, posiblemente mal aplicado y ahora judicializado, ardió cual cachetazo de pase de factura: resultó ser que la energía sí valía. Triste y tumultuoso despertar a la realidad. Quiera Dios que ésta mishiadura verdaderamente nos haya despabilado de aquel trance hipnótico de pensar que se puede consumir indefinidamente sin pagar la cuenta. O dejar la cuenta sobre la mesa y que invite un tercero. 5t2m33
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