Anticipado... anticipado... 1q3s34

Hoy vas a tener una conversación con tu propio corazón, y para ello te voy a pedir que tomes una posición cómoda en la silla, con la coronilla estirada hacia el techo, los pies firmemente apoyados en el suelo, las piernas la distancia de los hombros, y que pongas las manos una sobre la otra, apoyadas en el regazo. Ahora vas a permitir, por favor, que todo tu cuerpo se vaya relajando, para que cualquier tensión que se haya acumulado a lo largo de los días, las semanas, o los meses, se vaya desvaneciendo.

Observa cómo la frente se afloja, cómo los párpados, los notas, suavemente cerrados y agradablemente pesados, la mejilla y la mandíbula flojos y relajados, la lengua profundamente relajada en el interior de la boca, y esbozas una suave sonrisa. El cuello se va relajando, se relajan los hombros y los notas como si fuera un abrigo colgando de su percha.

Al relajarse los hombros, también se relajan los brazos, los codos, los antebrazos, las manos, y los dedos de las manos. Toda la columna, desde la nuca hasta el coxis, se va relajando. Y toda tensión que se haya acumulado en la espalda a lo largo de los días, las semanas, o los meses, se va a ir también desvaneciendo. Notas cómo se aflojan las caderas, los muslos, las piernas y los pies.

Empiezas ahora a poner tu atención en las sensaciones de tu respiración, notando cómo al inspirar, tu abdomen se expande, y cómo al expirar, tu abdomen se encoge. Y si algún pensamiento te distrae, con amabilidad y con firmeza, vuelves a traer tu atención a las sensaciones de la respiración en tu abdomen. Y ahora te voy a pedir, por favor, que pongas tus dos manos sobre la región de tu corazón. Mi querido corazón, hoy quiero darte las gracias, porque siempre has creído en mí.

Nunca viste, ni te avergonzaste de mí. Quiero darte las gracias, porque me seguiste amando, cuando yo no me amaba a mí mismo, a mí mismo. Quiero darte las gracias, porque fuiste esa sencilla luz.