[45] "UN ARMA PARA ACABAR CON LOS DAWI" Warhammer El Fin de Los Tiempos 6m391v

Aldric el cicatrizado se asomó por el pasillo vacío, olfateando el aire viciado.

El matador estaba con dolor de cabeza y sangraba por una veintena de heridas.

Sin embargo no se detuvo, su misión lo impulsaba.

Aldric había perdido la cuenta del tiempo que había recorrido las profundidades.

Parecía que habían pasado muchos meses desde que él y siete grupos de matadores habían luchado para salir del asedio de la ciudadela.

Había sido una cruzada, una cruzada de kamikazes.

Aún así la empresa había prometido una muerte mejor que esperar que detrás de las fortificaciones.

Los matadores podían defender pasadizos estrechos, pero anhelaban cazar y matar a mayores y más feroces enemigos.

Habían pedido permiso al rey Belegar y éste finalmente accedió a que los guerreros de Crestanaranja buscaran su destino.

En este momento la mayoría de ellos lo había encontrado, pensó Aldric.

La muerte no asustaba a Aldric.

Había tomado el juramento del matador, un voto de buscar siempre la muerte en batalla contra los enemigos más mortales.

Perecer luchando contra un dragón era un honor tanto para sus parientes vivos como para sus antepasados.

Era la pesadilla de un matador morir de una forma poco noble.

Muriendo por un derrumbe o una enfermedad o abrumado por Skaven, hacer frente a sus antepasados en los pasillos de la otra vida después de una muerte de tan baja categoría sería todo una vergüenza irredimible.

Había mucha lucha desde que Aldric salió de la bóveda de piedra de Barkrakti.

Era difícil recordar todo.

Por debajo de la superficie no había días o noches, solo infraoscuridad.

Pero eso apenas molestaba a un enano.

Ni debería tampoco haberle hecho perder la noción del tiempo.

Más bien sería por las batallas constantes, sin parar.

Por no hablar de las heridas terribles que sufría.

Lo que finalmente desorientaba a Aldric.

El matador recordaba atravesar flacos Skaven y les recordaba huir ante su ira.

Los había perseguido a las profundidades y ahí había muchos más Skaven.

Siempre más Skaven.

No importaba cuántos matara, llegaban más hombres rata.

Sus enemigos habían aumentado de tamaño, pero ni siquiera las alimañas podían resistir ante los amplios barridos de su hacha de hoja ancha.

En batalla su hacha brillaba con fuego azul, por cada runa dando a Aldric la fuerza del propósito.

Dedicación a su destino.

Estaba oscuro ahora, mientras arrastraba los pies por el salón vacío.

Los poderes rúnicos estaban durmiendo en el metal, sin embargo todavía sentía el repiqueteo reconfortante.

Aldric alcanzó el extremo del pozo de ventilación.

Había buscado durante mucho tiempo su muerte en Caracocho Picos.

Y había hecho muchas incursiones.

Con cada viaje se había abierto camino más profundamente en el laberinto en expansión de la ciudad subterránea.

Sin embargo, no sabía dónde estaba.

Por el trabajo de la piedra, Aldric se dio cuenta de que estaba en las minas más antiguas.

Nuevas excavaciones habían ensanchado la vía de paso o borrado las imágenes ancestrales que habían sido astutamente talladas en la piedra viva.

Aldric se detuvo para escuchar el sonido de pies contra pies.