
Descripción de 36 - La modernidad 4fi6d
¿De qué manera somos modernos? ¿Cómo pensaba Baudelaire, es decir, haciendo de nuestra vida una obra de arte? ¿O como pensaba Marx, siendo parte de un universo en lo que lo sólido se desvanece en el aire? ¿Ser moderno es estar al día? ¿Nos llena? ¿Qué nos pasa hoy con la modernidad? ¿Cómo es la vida dentro de ella? El juego está planteado, poné play y dejate llevar... Una vez más bienvenidos a una nueva emisión de este podcast literario-filosófico ideal para que bajes un cambio, para que des un pasito al costado y por un ratito desconectes de la vida moderna y lo escuches como si fuera un programa de radio de los años 90 pero sin publicidad. Seguime en instagram y en Threads @27disparos Si te gustó el episodio y querés colaborar económicamente lo podés hacer desde Argentina: https://cafecito.app/podcanciones O desde el exterior: PayPal.Me/podcast486 5n4v3q
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27 disparos en una moneda de plata. Episodio número 36. La modernidad.
Lluvia. Cortina de agua a 75 grados. Gotas con forma de guión ortográfico inclinadas por el viento. Al fondo una luz de lámpara de ahorro. Luz blanca en una calle donde llueve.
Y las nubes tienen forma de pared descascarada. Enfrente un edificio. Pared gris. Pared de presidio. Pared de cemento sin pintar. Pared antigua. Gris. Gris. Gris. Fea como este día en el cual llueve agua que se juntó en el cielo de algún lado. Hay biombos invisibles a la vista pero no a la imaginación. También hay personas esperando.
Algunas bajo un alero. Otras bajo un paraguas grande. De esos que se volvieron a usar porque cae mucha agua y no solo se mojan los pies sino que el agua choca contra el piso y salpica las rodillas. Paraguas grandes como aspas de molino. Paraguas incómodos pero eficientes. Sobre todo cuando llueve de la manera en que llueve.
Paraguas grandes desplazando a los chiquitos. Los de bolsillo. Los que hicieron furor por su practicidad pero ahora apenas sirven para que no te mojes la cabeza. Vaya uno a saber qué esperan aunque eso no sea lo importante sino los biombos invisibles que colocan en la calle. Ahí entre el asfalto y las paredes sin pintar. Paredes que entristecen porque parecen presidios cuando llueve.
Y el agua se acumula ante una bocacalle saciada y avanza dando miedo aunque solo sea un gran charco o un apocalipsis tamaño hormiga. Los autos ya casi ni pasan aunque parezca que hayan dejado de pasar para siempre. Y el presidio que no es presidio pero que a la vez lo parece está ahí sólo porque las paredes son grises y se erigen como los restos de un pasado oscuro.
Además llueve y se reflejan las luces amarillas de la calle. Y el presidio se siente como una mujer con la cual nadie quiere bailar. Una mujer a la cual le gustaría tener sandalias rojas y los pies mojados. Una mujer deseando ser perseguida por hombres con paraguas que de tan grandes parecen románticos porque debajo hay lugar para dos personas.
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